DANTE NAPOLEÓN PINO ARCHONDO
Al final de cada año se realizan
los balances consabidos de lo que pasó y de lo que fue lo más remarcable. Yo no
voy a hacer eso. Porque pienso que la vida es un continuo de causas y efectos
que no se detienen nunca. Eso me lleva al convencimiento del cambio constante y
de lo imposible que es definir en un momento toda una cadena de hechos, acontecimientos,
que puedan considerarse resueltos.
Estamos ahora donde decidimos
estar, ayer. Si queremos vernos en este momento, tenemos que entender lo que hicimos
y si queremos comprender su resultado tenemos que conocer lo actuado. Nada es
casual. La decisión de darle al indio boliviano la ciudadanía y el derecho al
voto, termina colocando a uno en la presidencia. La decisión de nacionalizar
las minas y el petróleo termina convenciendo a la sociedad de que ese es el
camino para recuperar la propiedad sobre ellos. La conformación de un Estado
centralista y presidencialista desde el mismo momento en que fue constituida Bolivia
nos lleva a considerar al Estado como el gran benefactor y hacedor de nuestro
destino.
Y aquí estamos, ahora, haciéndonos
la misma pregunta, ¿por qué no podemos desarrollar nuestras riquezas, y tener
un bienestar social similar o igual al de otras sociedades en el mundo? Y
entonces comienzan a volar respuestas: porque fuimos colonizados por los
españoles que nos despojaron de todo, porque las empresas transnacionales del
imperio norteamericano hicieron lo mismo, porque llegamos tarde a la inserción
industrial, porque buscamos el camino del socialismo para enfrentar al imperio
explotador, y así podríamos seguir con muchas explicaciones que se nos ha
enseñado en el colegio, a veces, y en las universidades la mayoría.
Lo cierto es que estamos ahora en
el mismo punto de partida porque no supimos educarnos como sociedad tirando
abajo las tesis sociales y políticas de que son otros los culpables de nuestras
desgracias. El propio Libertador Bolívar, se cansó y tiró la toalla, cuando
dijo que la única solución para esta américa era migrar de ella. Así de franca
fue su confesión. Y es que romper con las cadenas de la dependencia ideológica
a las que nos condenaron debía ser, la verdadera revolución a emprender.
El Estado es lo mejor que tenemos cuando está
constituido para defender al individuo y ayudarlo a vivir lo mejor que pueda
con sus propias cualidades. No cuando se convierte en el determinante de la
vida de todos y el decidor de lo que es bueno o malo para uno. Esto nos debía
llevar a refundar el nuevo pensamiento nacional, la nueva manera de concebirnos
como sociedad, colocando límites infranqueables al centralismo Estatal,
eliminando el presidencialismo que concentra en una persona todo el poder, dejando
que cada región desarrolle sus potencialidades como crea conveniente, que cada
individuo resuelva su plan de vida. Esto nos debería enseñar a defender
nuestros intereses. Y a entender que, si negociamos mal, lo resultados serán iguales.
A enseñar a nuestros hijos a tomar decisiones y no temer al fracaso.
Será cuando sepamos mirarnos al
espejo y aceptarnos como somos, a dejar de inventar acusaciones, a pretender
resolver nuestros problemas con engaños o engañándonos, a creer que somos una
gran nación y que si le quitamos a unos para repartir a otros estamos haciendo
lo correcto y que si damos coima o nos coimean no es un delito porque todos lo
hacen, que si en el pasado unos se corrompieron fácilmente, ahora podemos, con
ese antecedente hacer lo mismo y nadie puede acusarnos por eso, será entonces
cuando comenzaremos a cambiar.
Repito, lo que hicimos y cómo nos
comportamos ayer, es lo que somos ahora.
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